La paradoja de los indignados
DOI:
https://doi.org/10.52195/pm.v9i1.239Abstract
Una ola de convulsiones sociales atraviesa el mundo. En Occidente, la prensa ha llamado a los manifestantes «indignados». El término ha sido tomado del panfleto Indignáos! (Indignez-vous!) del intelectual francés Stéphane Hessel. La indignación por la si - tuación política y económica de Occidente es justificada. Tanto en Europa como en Estados Unidos, la brecha entre élites finan - cieras y el resto de la población se ha extendido mientras la clase política se ha convertido en una suerte de nobleza de estado com - pletamente desconectada de la realidad del hombre común. La corrupción del sistema ha llegado a tal punto, que no es una exa - geración sostener que las democracias han fracasado en asegurar un juego limpio entre los diversos actores sociales, poniendo así en peligro su propia subsistencia.
La percepción de que algo se encuentra fundamentalmente des - compuesto en las sociedades occidentales explica por qué Hessel ha logrado vender millones de copias de su provocativo panfleto detonando movimientos sociales en Francia y España. También explica el surgimiento de Occupy Wall Street en Estados Unidos,Movimiento que declara oficalmente inspirarse en las acampadas españolas. El efecto galvanizador del panfleto de Hessel nos ha recordado que los intelectuales, como insistió Karl Popper, deben ser especialmente cuidadosos con las ideas que difunden. Jamás se debiera olvidar la advertencia de Isaiah Berlin de que «cuando las ideas son descuidadas por aquellos que han de atenderlas —es decir, aquellos que han sido entrenados para pensar crítica mente acerca de las ideas—, en ocasiones adquieren un incontrolable impulso y un poder irresistible sobre las multitudes que puede llegar a ser demasiado violento como para ser afectado por la crítica racional.»1 Esta es una lección de la historia del marxismo y del nacional socialismo que no debiéramos olvidar.
Peligrosamente, Hessel ha endosado la misma actitud que con - dujo al comunismo y el nacional socialismo, a saber: el colectivis - mo. En efecto, tanto el nazismo como el marxismo derivaron de un rechazo a la filosofía individualista que sentó las bases de la civilización occidental. Por individualismo debe entenderse en este contexto, el que cada persona es considerada única, un fin en sí misma como diría Kant, lo cual implica que esta es libre de perseguir sus propios fines. Un individuo es libre entonces, sólo en la medida en que no es coaccionado por otros para perseguir fines ajenos, sean estos particulares o colectivos. La libertad con - siste así, como afirmó John Locke, en «encontrarse libre de restricciones y de la violencia de otros».2 Este reemplazo de la coerción por los acuerdos voluntarios de los diversos individuos persigui - endo sus intereses es esencial para que el progreso pueda florecer. No es una coincidencia el que los grandes logros de la huma - nidad hayan sido el producto de la libertad de perseguir fines individuales: ninguna ópera o invento tecnológico significativo ha sido jamás creado bajo coerción.